En la historia de la Iglesia, Dios ha suscitado almas que, sin ocupar los grandes escenarios del mundo, han influido profundamente en quienes las rodearon, irradiando luz, paz y caridad. Una de estas almas fue Doña Lucilia Corrêa de Oliveira, madre del Prof. Plinio Corrêa de Oliveira y modelo de virtud cristiana.

Un alma marcada por la dulzura y la bondad
Nacida el 22 de abril de 1876 en São Paulo, Brasil, Doña Lucilia se destacó por su delicadeza de alma, su espíritu de oración y su entrega generosa a los demás. Educada en un ambiente profundamente católico, cultivó desde joven una piedad constante y una preocupación atenta por los más necesitados. Su porte reservado, unido a una mirada serena y dulce, transmitía a quienes la rodeaban una presencia pacificadora.
El amor materno: reflejo del amor de Dios
Doña Lucilia fue madre de un solo hijo: Plinio Corrêa de Oliveira, fundador de la Sociedad Brasileña de Defensa de la Tradición, Familia y Propiedad (TFP). Desde su infancia, Plinio fue testigo del cariño, la prudencia y la firmeza de su madre. Ella supo educarlo en la fe, con una pedagogía del ejemplo más que de la palabra, mostrando con su propia vida lo que significa confiar plenamente en la Providencia y en el Sagrado Corazón de Jesús.
Su vida fue un constante sacrificio por amor. A pesar de las dificultades materiales, mantuvo siempre la dignidad y la serenidad, enseñando con su conducta que la verdadera riqueza está en el alma.
Una espiritualidad impregnada de confianza
La espiritualidad de Doña Lucilia estaba centrada en una confianza absoluta en el Sagrado Corazón de Jesús. En medio de enfermedades, sufrimientos y preocupaciones cotidianas, repetía con frecuencia su jaculatoria: “Mi Jesús, misericordia”. Su oración era constante, su vida entera estaba impregnada de una presencia sobrenatural que la hacía ver todo con una mirada llena de fe y esperanza.
Doña Lucilia murió el 21 de abril de 1968, a los 91 años. Su memoria ha sido cultivada con cariño por quienes la conocieron, y su vida continúa siendo ejemplo e inspiración para muchos. Numerosas personas afirman haber recibido gracias por su intercesión, testimoniando una acción maternal que continúa más allá de la muerte.



Una figura que trasciende el tiempo
Hoy, quienes se acercan a la vida de Doña Lucilia encuentran en ella una amiga espiritual, una madre que acoge y consuela, una guía que enseña a vivir las virtudes cristianas en lo cotidiano. Su vida es una invitación a la santidad a través de la bondad, la humildad y la entrega silenciosa.
Conocer a Doña Lucilia es adentrarse en el misterio de un alma profundamente cristiana, cuya fuerza no estuvo en el poder ni en el prestigio, sino en el amor silencioso y la fidelidad inquebrantable a Dios.
Que su ejemplo nos anime a vivir con más fe, más caridad y más esperanza.